lunes, 18 de abril de 2016

FLORENCIA: UN VIAJE POR EL AQUÍ Y AHORA

 
Hace sólo dos semanas volvía a coger el petate para escaparme durante 48 horas con unos remordimientos del tamaño del Coliseo, que había visitado hacía tan sólo tres meses ( de ahí el cargo de conciencia). Me subí otra vez en un avión rumbo a Roma, pero esta vez desde allí, estación de Termini,  me desplacé en un tren de alta velocidad a Florencia. Las oportunidades surgen cuando surgen y la vida es para disfrutarla. En ese vagón se me saltaban las lágrimas recordando lo que dejaba en casa durante dos días y peguntándome"¿ qué hago yo aquí ?" y así estuve hasta el día siguiente, que amanecí en Florencia y sin datos en el móvil, una maldición en un primer momento que a la postre se convirtió en un regalo tan grande como la Cúpula de Brunelleschi, que estaba a punto de ver. Las razones de esta aventura  han sido tan personales que es muy difícil que nadie que no sea yo pueda comprender, pero quiero escribir sobre la importancia de haber descubierto el disfrute pleno del momento presente, no de lo que va a suceder dentro de una semana, de unos días o de cinco minutos, sino de lo que está sucediendo ahora mismo. Yo, como muchos, por el tipo de vida estresada que llevamos, lo había perdido. Tuve la suerte de encontrar una buena orientación, de escuchar los consejos de buenos amigos, de leer con los cinco sentidos el libro adecuado y de contar con un compañero de viaje que es capaz de cargarse con todo mi equipo para que yo pueda volar. Y desde aquí le doy las gracias.
 
Al salir del hotel tenía un paseo hasta el centro histórico  de unos 15 minutos, siempre a orillas de río Arno  desde cuyo muro de contención se divisaban cuatro puentes. Iba pensando " ojalá mis hijos pudieran ver esto, ojalá llegue pronto el lunes para contárselo" cuando de repente llegué al Ponte Vecchio y me dije" son dos días, esto son días y sólo existe el ahora", y desde ese momento así fue como aprendí a bucear en el eterno presente. Quería ir al Duomo y me equivoqué  de dirección apareciendo en el Palacio Pitti ( las cosas más bonitas suceden cuando uno se pierde, incluso cuando uno se pierde a veces se encuentra), allí me senté, me comí un helado  y fui consciente de la suerte de estar aquí y ahora y allí decidí vivir de verdad, con la mente, la vista, el tacto, el olfato el oído, la boca y el sexto sentido, que debiéramos siempre tener alerta.
 
 
Por primera vez en mi vida tenía en mi cabeza el mapa de la ciudad tan grabado que cuando tuve físicamente en la mano el de verdad, lo supe interpretar. Desde allí y volviendo a atravesar el Ponte Vecchio, mientras me deleitaba tanto con las vistas al Arno como con las joyas que poblaban todos los escaparates, seguí caminando en busca del Mercado Nuovo, pero sin saber como al mirar a mi derecha reconocí la figura de la réplica del David de Miguel Ángel que preside junto a Neptuno la Piazza della Signoria, me senté delante de la estatua que representaba a Perseo con la cabeza de Medusa en la mano, de Cellini  escuché a un violinista que estaba situado a la entrada de la calle de la Galería de los Ufizzi y sonreí porque sabía que había conseguido situarme en el lugar correcto, en el ahora, sonreí porque no existía ni el pasado ni el presente.


 
 
De allí caminé y a dos pasos me topé con el Mercato Nuovo, que también llaman Mercado de la paja y me trasladé 20 años atrás, cuando siendo poco más que una niña estuve con una amiga de la infancia y en un viaje escolar comprando allí mismo  cuadernos de angelitos. Pero inmediatamente  salí del ayer y en mitad de todos esos puestos conocí a una vendedora a la que prometí volver a comprarle un bolso sólo por como me trató de bien. Un poco más adelante la Piazza de la Republica con su emblemático tiovivo  que me situó de nuevo en otro lugar, en el Santander donde me esperaban mis niños, esta vez con más determinación volví a empecinarme en el ahora, lo que resultó muy fácil cuando El Duomo me encontró y la cúpula de Brunelleschi, el baptisterio  con sus puertas del Paraíso de Ghiberti y el Campanile casi me comen.


 
Tras sufrir el síndrome de Sthendal después de ver tanta belleza me fui al Mercado de San Lorenzo y en uno de sus laterales encontré una de esas tiendas de decoración y viejas postales que tanto me gustan regentada por un hombre muy parecido al Roberto Benigni de " la vida es bella" que me hizo recordar esta premisa y al que también prometí volver a buscar una muñeca decorativa. 

 
Ahora tenía que encontrar el "Gozzi Sergio", un restaurante que me habían recomendado para comer auténtica comida florentina a precio y en ambiente no turístico. Lo encontré y mi sentido del gusto se quedó sin palabras, además el trato,  tan exquisito como la comida que me dieron, no se me olvidará fácilmente.


 
 
La tarde entera en los Ufizzi, de donde salí como si me hubieran metido dentro de un libro de historia del arte. Hacia dos décadas que había visto a la Venus de Botticelli, pero entonces fueron los ojos de una adolescente los que miraban , ahora eran los de una adulta y eso cambiaba mucho la perspectiva. Aquí dejo fotos de las obras que más me gustaron, siempre con la voz de fondo de mi guía italiana, Eleonora, que amaba el arte más que yo misma y se expresaba en castellano también mejor que yo .
"Virgen y niño", de Berruguete
"Madonna con niño", de Filippo Lippi
"La Sagrada Familia", de Miguel Ángel
"El nacimiento de Venus", de Botticelli
 "La primavera", de Botticelli
 
Tras volverme a perder y aparecer en la maravillosa Santa María de Novella volví a cumplir mis promesas con la vendedora del Mercato Nuovo y con mi particular Robert Benigni. " ¡Retornati!" me dijeron ambos al volverme a ver. Terminé el día tomando un splizt con mi libreta de Venus comprada en los Ufizzi escribiendo en el Café Pitti , justo enfrente del palacio. Uno de esos momentos para siempre.  Y vuelta al hotel por la orilla del Arco con unas vistas también para siempre.
 
 
 
 
La mañana del segundo y último día me decidí a escapar del tremendo bullicio turístico que devoraba Florencia un domingo de abril y, siguiendo la recomendación de Eleonora del día anterior, fui a ver la Iglesia del Santo Espíritu y la del Carmen, junto a la que por sorpresa me encontré con un maravillo rastro, el mercado de las pulgas de Florencia, donde pude dar rienda suelta al consumismo reciclado de segunda mano que tanto me gusta.
 
Cerca de él, la tienda" Celeste Vintage", donde comprar un viejo Gucci o unas gafas de sol miu miu antiguas es tarea asequible a todos los bolsillos, eso sí, revolviendo mucho en busca de la gran ganga . Salí de allí con un Chanel del que no puedo decir el precio  porque de ridículo nadie me lo iba a creer.


 
Una pizza en la Piazza de Santa Croce y en busca del autobús número 12 que salía de la estación de Santa María de Novella para subir al mirador de la Piazzale MiguelAngelo, desde el que me habían recomendado disfrutar de la espectaculares vistas y ver el atardecer. Un fin de viaje digno de una película donde no bastaba ver toda Florencia, oler el ambiente, tocar el suelo con los pies, beber el aire, escuchar las distintas lenguas y el rumor del río, allí había que sentir a la fuerza, sentir con mayúsculas "el poder del ahora". Por supuesto, volveré a Florencia

 
CruzadoC