miércoles, 17 de junio de 2015

SIEMPRE NOS QUEDARÁ PARÍS...



Cada viaje, cada escapada, incluso cada café con una amiga, cada caña a escondidas, tienen para mí un valor que sólo quien ya no puede gozar de esos placeres habitualmente sabe darle. En concreto viajar para alguien que se identifica tanto con las mentes abiertas que han luchado por serlo, como he luchado yo con la mía, es uno de esos regalos con los que la vida te obsequia. Y ya si viajas junto a alguien que te quiere y se acopla a ti como una gota de agua que cae perfecta en el ojo, pues entonces uno es simplemente feliz. Lo bueno de los viajes se disfruta antes al prepararlo y soñarlo, durante mientras lo vives y después. Después porque las emociones de los reencuentros sólo se pueden vivir si te has ido. Por eso, aunque  ya han pasado dos semanas de nuestro París, que-como decía Sabrina en la película mítica- es siempre una buena idea, es ahora cuando empiezo a tener cierta morriña y muchas ganas de recordarlo.

 Ambas habíamos estado ya en París subiendo a los monumentos y viendo los museos, por eso esta vez queríamos dejarnos llevar por el momento y por la ciudad. Eso es lo bueno de visitar el mismo lugar por segunda vez. Llegamos un jueves a media tarde a nuestro hotel en la zona de la Bastilla y, tras un cambio de ropa, quisimos ir directas al Sacré Couer, pero el cansancio hizo que nos equivocáramos y apareciésemos en el Barrio Latino, una de las zonas con más ambiente nocturno de París, que ninguna de las dos conocíamos. Allí devoramos en "Créperíe Cluny"( 20, rue de la harpe) un crepe salado para cenar como si no hubiésemos comido en nuestra vida y, mientras  paseábamos y charlábamos con el Panteón como telón de fondo, planeamos el día siguiente.

 Pero antes de terminar el día el destino nos tenía preparada una preciosa sorpresa en la estación de metro. Un hombre de voz prodigiosa cantaba canciones en todos los idiomas, creando un improvisado concierto de animado público interracial que bailaba y cantaba al son de "la bamba", entre el que nos encontrábamos
Viernes por la mañana, desayuno con croissant, por supuesto, en el pequeño café "truc", de la rue Breguet y pequeño paseo por el barrio Le Marais ,que nos cogía muy cerca.

 Quedamos maravilladas y prometimos volver, pero en ese momento teníamos prisa por ver la Torre Eiffel, así que cogimos el metro a la estación de Trocadero y justo al salir casi saltamos de alegría como unas colegialas cuando la vimos. Nos contábamos una a otra la historia de su construcción  para la exposición de 1889 y la historia de como gustó tanto que se quedó para siempre. Después caminamos por los campos de Marte, comimos una ensalada y un sushi de supermercado allí tiradas y seguimos hacia los inválidos caminado como nos dejaban nuestros cansados pies.

Bordeando esta construcción llegamos al Puente Alexander III, el más bonito de  París, yo no lo recordaba tan bello. A sus pies había un embarcadero, montamos en el primer barco que pasó aunque sólo fuese para descansar. En él fuimos hasta Notre Dame, previa parada en el puente de Saint Germane, lleno de fotografías antiguas y de pequeños tesoros.


Vista Notre Dame otro paseo hasta campos Elíseos y Arco del Triunfo y vuelta al hotel a vestirnos para salir a cenar a la zona del Louvre donde, después de ver el museo,  nos acogieron en una preciosa braseria de la rue  Saint-Honoré llamada "Ragueneau", donde recomiendo probar las hamburguesas de la carne que da título al restaurante o el pato. Exquisito.







Y para concluir la velada nuevamente a la Torre Eiffel para verla de noche. Siempre la habíamos visto de día, por eso era necesaria esta parada que casi nos cuesta un disgusto cuando, tras intentar robarnos el bolso, en le metro nos encontramos involucradas en una redada en busca de pasajeros sin billete. Aunque esto ya daría para otro post. Muchas risas a posteriori.



El sábado directas al mercado de las pulgas( marché aux puces), bastante alejado, en la parada de metro Porte de Clignancourt. Nos esperábamos una especie de rastro como el de Madrid, pero en su lugar encontramos unos puestos perfectamente ordenados cubiertos en su mayoría. Allí se podía encontrar desde bolsos vintage ( como el pequeño céline de tela vaquera que me tuve que comprar) hasta vajillas antiguas, comics de Tintín o de Asterix y Obelix o cuidada ropa de otros tiempos.




Metro de nuevo y , ahora, si al Moline Rouge en la parada de Blanche y de allí al funicular que nos subiría al Sacré Couer y a la plaza de Tertre, más conocía como plaza de los pintores. Mi lugar favorito de París, para qué engañarnos. Comimos, nos hicimos una caricatura, fotos etc .Disfrutamos como enanas, en definitiva.



 
 
 
 

 
Bajamos un poquito y visitamos la Basílica acogedora, humilde, atlética y absolutamente reconocible para nosotras por motivos de nuestra infancia colegial, allí, la imagen del Sagrado Corazón .Por no mencionar esas vistas de los tejados de París, que aún me relajan al traerlas a la memoria.
 

 


 Y finalmente, cumplimiento de la segunda misión del viaje( la primera, además de pasarlo bomba, era un shoting para mi amiga "la tejedora", que ya publicaré más adelante), telas. Para ello nada mejor que el mercado de telas que se extendía por varias calles que bajaban después de las escaleras del Sagrado Corazón. Tras unas pocas compras de tejidos, láminas y un juego de café de "El Principito, que anduve buscando como loca todo el viaje y para el que ya no tenía dinero cuando lo encontré( gracias amiga Mery, por prestármelo) vuelta a casa( hotel) arrastrándonos y cargando como mulas. Esa noche ya no hubo fuerzas para nada más que un vino en el hotel.

El domingo era nuestra última mañana y nos faltaban por ver dos cosas: la casa de Victor Hugo y una tienda especial. A la primera , situada en la plaza Vosgues, llegamos fácilmente caminando. Y siguiendo un poco más, estábamos nuevamente en "Le Marais", donde desayunamos un riquísimo crepe de chocolate y plátano a pie de calle en "La Droguerie 56 du Marais.

 

 A partir de ahí había que encontrar la 10, rue Philippe, dirección en la que se hallaba la tienda que inspiró la obra " Una tienda en París", de Maxim Huerta. Foto al encontrarla, por supuesto y, ya de paso, nos asomamos al puente Philippe, que resultó ser escenario de alguna película de Woody Allen.

 



Y  fin. Avión de vuelta y , como arriba decía, abrazo de los que dejamos atrás. Quizá también una de las partes más hermosas de esta mini aventura francesa.

¿ A dónde vamos el año que vine, amiga?
CruzadoC